Wednesday, March 15, 2006

 

Nostalgeando entre el Clásico del Caribe y pollo asado

Mientras escribo esto, el equipo de béisbol de Puerto Rico y Cuba están luchando un pase a las finales del Clásico del Caribe. Aún no tengo televisión así que no puedo ver el juego. Un amigo en Puerto Rico de vez en cuándo me cuenta que está pasando por MSN. Estamos en la quinta entrada. 4 a 1, Cuba al frente y nosotros tenemos dos hombres en base.
Mi amigo dice que aún tenemos esperanzas y sin saber nada de béisbol sé que tiene razón. El juego tiene esperanza porque miles de nosotros, incluso en la distancia, tenemos fe en que nuestro equipo se alzará con la victoria. Tengo el corazón latiendo a la expectativa de saber cómo va el juego. Casi puedo oír el bullicio de la gente en las gradas, sé sin ver que el Hiram Bithorn está lleno a capacidad y hay cientos de monoestrelladas, ya sea la de los cubanos o las nuestras. Yo que no tengo ni la más cercana idea de cuántas entradas tiene un juego de béisbol siento ese juego como mío. Me he gozado nuestras victorias y he sufrido las derrotas como si fuera toda una fanática y conocedora. Debe ser que ahora tengo una necesidad inmensa de reafirmarme como otra cosa. Entre más afirmo que no regreso a vivir a la Isla, más busco afincarme aquí pero sin olvidar de dónde vengo. Estoy mejorando la pronunciación de mi inglés pero sin dejar ese acento que me hace distinta. Los fines de semana voy a los colmaditos a comprar viandas, cilantrillo, recao, plátanos. Leo El Nuevo Día y Primera Hora todos los días y busco libros en español. Sólo hablo inglés cuando es estrictamente necesario y mi radio está sintonizado con la única emisora que tiene programación hispana. A veces, cuando la nostalgia me golpea fuerte, llamo a mis amigos que viven en el campo y les pido que hagan silencio para escuchar los coquies de fondo. Cuando mi gente viene a visitarme le pido que antes de montarse al avión me traigan una libra de pan de agua recién “sobao.” No puedo quejarme, me siento muy bien aquí. La realidad es que no regreso a Puerto Rico porque siento que se me ha quedado pequeño, sin que esto signifique subestimar a mi país. Me mudé porque me cansé de trabajar para sobrevivir en algo que no me gustaba. Me cansé de salir con miedo de que el próximo día yo sería una más que murió en un tiroteo entre dos narcotraficantes rivales. Puerto Rico me asfixia, preferí mudarme y empezar a crecer. Presumo que la nostalgia es el precio del auto-exilio.
Hace unos días fui a casa de Nelly, compañera de trabajo a celebrar con su familia que la temperatura estaba en los 70. Su papá hizo en el patio un pollo asado, usando un dron de metal y con un tubo y un guía de carro iba moviéndolos. Doña Haydee hizo arroz con gandules y salchichón, guineitos hervidos y yo puse un tres leches. Aquello fue un fiestón, escuchamos música típica y hasta compartimos con los vecinos “gringos” un plato. Mientras me embutía de comida, como si no existiera el mañana, pensaba que realmente no estoy lejos de mi país porque sencillamente nuestra patria somos nosotros, dondequiera que estemos; sin importar si estamos hablando otro idioma pues el idioma que más fuerte se oye es aquel que habla el corazón y el mío a pesar de la distancia sigue siendo boricua, orgullosa de su equipo de béisbol aunque perdamos.

PD- Gracias a mi amigo, Aníbal Quiñones y Elba Rabell por narrarme poquito a poco el juego por MSN.

Nota post-juego...perdimos y me he echado a llorar.

Comments:
Te entiendo perfectamente. Me sentí igual que tú al mudarme a los Estados Unidos, sin embargo, yo tuve que regresar. La vida no me permitió otra jugada y a veces, enfrentar lo que más nos asusta es lo mejor que nos puede pasar.

gracias por visitar mi blog. y frida, sabes, te pareces a mi gata, sachiko.
 
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Awilda Ivette Castro
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