Mis bolas de pelos

Con la muerte de Augusto Pinochet se me han activado muchos sentimientos. Entre ellos la época en la cual ya me había leído la limitada biblioteca escolar y me acerqué al bibliotecario para que me sugiriera opciones.
Don Edwin, un señor delgado, con lentes de pasta y una bandera puertorriqueña en la solapa izquierda, ya me conocía y me tenía cierto cariño. Le expliqué que se acercaba Semana Santa y no podría sobrevivir al tedio sin unos libros. Él me sonrió y me dijo que a raíz de que ya yo me había devorado los libros de nuestra biblioteca me iba a traer varios libros de su biblioteca personal. Así cayó en mis manos “De amor y de sombra,” de Isabel Allende. Esa fue la carta de presentación que tuve de Augusto Pinochet. El 11 de septiembre de 1973, Pinochet dio un golpe de estado a Salvador Allende e instituyó una dictadura cruenta que causó miles de muertos, decenas de miles fueron torturados o desaparecidos y 300 mil exiliados. El golpe de estado tuvo la colaboración de la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés) y el apoyo de Henry Kissinger, colaborador durante el gobierno de Nixon. Kissinger curiosamente recibió el Premio Nobel de la Paz 1973 por gestiones en Vietnam . El mismo año en el cuál organizó la Operación Cóndor, un plan de inteligencia y coordinación entre los servicios de seguridad de las dictaduras militares del Cono Sur de América que causó la muerte de miles de personas cuyo único “error” era apoyar el creciente comunismo de esa época. El terrorismo de estado del cuál Estados Unidos no sale con las manos limpias.
Seguí leyendo testimonios de exiliados, de familiares cuyos hijos, esposos y familiares fueron detenidos y nunca volvieron a verlos. La dictadura de Pinochet fue el primer contacto que tuve con la barbarie. Comencé a ver que el ser humano también podía ser muy cruel y no tener ningún respeto por la vida ajena. Así que entiendo completamente porqué cientos de chilenos se reunieron en las plazas a tomar champaña y celebrar la muerte del responsable de décadas de terror. Si yo fuera chilena también hubiese estado celebrando en las calles y lo digo con mucha paz. No le deseo la muerte a nadie pero reconozco, sin ningún cargo de conciencia, que hay seres humanos que nunca debieron nacer. Y conociéndome si hubiese nacido allí para esa época de vergüenza mi foto estaría entre los desaparecidos. Sin embargo, hay un mal sabor de boca, porque ni uno solo de los procesos judiciales contra Pinochet terminaron y nunca pagó condena por las violaciones a los derechos humanos. Gracias a la magia de la Internet escuché una entrevista en la cuál esta lumbrera decía que los derechos humanos eran un invento del comunismo. Por poco convulso y si tenía algún remordimiento por alegrarme de su deceso este desapareció por completo. La presidenta chilena, Michelle Bachelet, que estuvo entre las miles de torturadas, decidió que no habría duelo nacional por la muerte del ex dictador. Además las exequias funerarias serán las que se ofrecen a un ex comandante del ejército y no a un ex mandatario. Esos honores sólo se deben dar a mandatarios democráticos no a los que eliminan a sus detractores a fuerza de tortura y desaparición, a líderes que reconocen eso que él llamó un invento comunista. Un dictador menos en el mundo siempre es un alivio y no está nada mal descorchar una botella para brindar. Por cierto, el mismo día que murió Pinochet era el Día de los Derechos Humanos. Presumo que es parte de la justicia poética, a mi me parece un chiste de humor negro exquisito.